Datos Tenerife
Hemos puesto a vuestra disposición en esta sección algunos datos de interés sobre Tenerife, y lo hemos dividido en los
siguientes apartados:
Distintas secciones de información de Tenerife:
· Población de Canarias y Tenerife
· Consideraciones Generales: Población y Evolución
· Factores Económicos
· Léxico Canario - Habla Canaria
· Historia de Tenerife y de Canarias
» Leyendas Canarias
· Mitología Canaria
Las leyendas, relatos fabulosos con una base histórica
La leyenda de Gara y Jonay, el pico Garajonay de la Gomera. La leyenda de la Reina Ico, la leyenda del Garoé en el Hierro, la maldición de Laurinaga, la muerte de Doramas en Arucas, el grito más fiero; el grito de Ferinto, Leyenda del Drago Milenario, el salto del enamorado, Leyenda de Guayota el Maligno, la leyenda de Amarca, la llegada de la Virgen de los Reyes... Relación de varias leyendas canarias con basadas en relatos fantásticos con connotaciones de la realidad histórica de las Islas Canarias...
Leyenda Gara y Jonay
Según la leyenda en la Gomera, existían entonces, siete lugares de los que emanaba agua mágica y cuyo origen nadie conocía. Estos siete chorros, aparte de regalar virtudes revelaban también, cuando te mirabas en sus aguas, si ibas o no a encontrar pareja. Si el agua era clara, el amor llegaría, pero si se enturbiaba, poco había que esperar. Se aproximaban las fiestas de Beñesmén y un grupo de jóvenes gomeras acudieron a Los Chorros de Epina para mirarse en él. Entre ellas se encontraba Gara, princesa de Agulo. Se asomó y al principio le devolvió una imagen tranquila y perfecta, pero luego surgieron sombras y comenzó a agitarse... Gerián, el sabio del lugar, le hizo una advertencia: "- Lo que ha de suceder ocurrirá. Huye del fuego, Gara, o el fuego habrá de consumirte". Gara calló, pero el triste presagio corrió de boca en boca.
En las vísperas de las fiestas, llegaron de Tenerife los Menceyes y otros nobles. El Mencey de Adeje venía con su hijo Jonay, joven fuerte y apuesto. Gara no podía dejar de observarlo, y en cuanto sus miradas se encontraron, el amor los atrapó sin remedio. Poco después, aún en fiestas, su compromiso fue público. Pero he aquí que en cuanto se empezó a propagar la feliz noticia, El Teide, antes conocido como Echeyde (infierno), empezó a escupir lava y fuego, con tanta fuerza que desde la Gomera el espectáculo era aterrador. Recordaron el presagio dado a la inocente Gara: Gara, princesa de Agulo, el lugar del agua; Jonay, puro fuego, procedente de la Isla del Infierno... Aquel amor era entonces, imposible. Grandes males se avecinaban si no se separaban. Entonces sus padres ordenaron tajantemente que no volvieran a verse. Ya apaciguado el volcán, y concluidas las fiestas, regresaron a Tenerife todos los visitantes, más uno se fue con el alma vacía y el pecho quebrado.
Cuentan que Jonay se lanzó al mar en medio de la noche, para nadar hasta su amada. Dos vejigas de animal infladas atadas en la cintura le ayudaban a flotar cuando las fuerzas se le agotaban. Larga fue la travesía y ya con las primeras luces del alba llegó a su destino. Furtivamente fue en busca de su amada, y al encontrarse, se abrazaron apasionadamente. Escaparon por los bosques gomeros y bajo un cedro se entregaron a la pasión y al amor. El padre de Gara, enterado de la huida de su hija, salió furioso en su busca. Los encontraron amándose, y cuando los jóvenes se percataron de su presencia, buscaron la única salida posible... Una implacable vara de cedro afilada, colocada entre ellos, uniendo sus corazones fue su aliado mortal. Mirándose a los ojos, se apretaron el uno contra el otro, traspasándose y dejándolos unidos para siempre". Gara, princesa del agua, y Jonay, príncipe del fuego, dan nombre hoy a la cumbre más alta de la Gomera y al Parque Nacional de Garajonay.
La Leyenda de la Reina Ico
Zonzamas reinaba en Lanzarote cuando llegó a la isla una embarcación española al mando de Martín Ruiz de Avendaño. Al ver la nave a distancia los isleños se aprestaron para el combate. Transcurrido el tiempo, Ruiz de Avendaño decidió ir a tierra en son de paz, llevando consigo un gran vestido que regaló al rey como muestra de amistad. Zonzamas aceptó el regalo y, en muestra de amistad, entregó al recién llegado ganado, leche, queso, pieles y conchas, invitándolo a descansar en su morada de Acatife. Allí eran esperados por la reina Fayna y sus hijos, Timanfaya y Guanareme. Como huésped de los reyes pasó Avendaño varios días en Mayantigo. Mas tarde retornó a su barco y partió.
A los nueve meses la reina Fayna dio a luz una niña de tez blanca y rubios cabellos, a la que puso por nombre Ico. El pueblo murmuraba y renegaba de la princesita y de su origen. Así transcurrió el tiempo, y la niña creció sana y hermosa al cuidado de Uga, su aya. Transcurrido el tiempo Zonzamas y Fayna murieron. Los Guaires, reunidos en asamblea, proclamaron rey a Timanfaya. Con el paso de las estaciones Ico se fue convirtiendo en una bella joven. Guanareme se enamoró de ella y acabó por hacerla su esposa. Tiempos después otras naves vizcaínas y sevillanas llegaron a las costas de Lanzarote en busca de esclavos. Los lanzaroteños se aprestaron para la defensa. En la lucha muchos isleños murieron, otros fueron hechos prisioneros y encadenados como esclavos para ser vendidos en la Península. Entre estos últimos estuvo Timanfaya.
Desaparecido el rey, los guaires se reunieron otra vez para elegir nuevo soberano. Este debía de ser Guanareme, pero nadie osó pronunciar su nombre, pues si era elegido su esposa, Ico, debería ser reina y su nobleza, origen y sangre eran discutidos. Su piel y sus rubios cabellos recordaban demasiado la lejana llegada de Ruiz de Avendaño y si Ico no era hija de Zonzamas, no podía llevar la corona, así que tuvo que huir.
Deliberaron largamente los Guaires. Finalmente decidieron que, para llegar a la verdad, la princesa fuese sometida a la prueba del humo. Quedaría encerrada en una cueva acompañada de tres mujeres no nobles. Después se llenaría el aposento con un humo espeso y continuado; si la sangre de Ico no era noble, perecería como las otras mujeres. Si sobrevivía sería signo inequívoco de su nobleza. El día siguiente sería testigo de la prueba. Por la noche Uga, la niñera de Ico, la visitó con el pretexto de animarla, pero nada más quedar a solas, la vieja aya le dio una esponja a la princesa diciéndole que al llegar la hora de la prueba, la empapara de agua y la pusiera en su boca, con lo cual saldría viva de la cueva. Ico hizo caso. Cuando fue abierta la cavidad las tres mujeres villanas yacían muertas, mientras que ella salió con vida. En Adelante sus súbditos no dudaron de su nobleza.
La Leyenda del Garoé
Cuentan las crónicas que en tiempos de la conquista hubo en la isla de Hero (Hierro), un árbol al que los naturales llamaban Garoé, y no conocían los estudiosos otro árbol similar en todo el archipiélago o tierra conocida. Este era capaz de destilar el agua de las brumas que llegaban a él, por sus grandes hojas, siendo esta recogida en unas oquedades hechas en el suelo por los bimbaches (antiguos herreños). No había más agua en Hero que la que destilaba el Garoé. Era por ello que los bimbaches adoraban a este árbol como si de un dios se tratase, velando siempre por su bienestar y seguridad. No obstante cuando vieron llegar a los conquistadores al puerto de Tecorone (hoy de "La Estaca" ) temieron por su propia libertad y reúnen en Tagoror a toda la isla, pues no era la primera vez que los barcos piratas llegaban a aquellas islas para diezmar a su población vendiéndola como esclavos en países allende el mar. En dicha asamblea se llega a la resolución de que se deben cubrir las copas del Garoé para que no sea descubierto por los extranjeros, ya que de no encontrar agua posiblemente se fueran, abandonando la empresa de conquistar la isla.
Todo se hizo según lo acordado, y habiendo guardado reservas de agua lo suficientemente importantes como para no volver al Garoé en varias semanas e imponiendo la horca a quien revelase tan preciado secreto, vieron como la expedición franco-española de Maciot Bethencourt comenzaba a sufrir las penalidades de la sed. Fue entonces cuando una aborigen, Agarfa, se enamoró de un joven andaluz de dicha expedición, y dejándose llevar por el amor que le profesaba reveló el valioso secreto del Garoé sin pensar que con ello estaba condenando a todo su pueblo a perder la libertad. Estando Maciot al tanto de la buena nueva, sabía que la conquista de la isla estaba próxima. Por contra los bimbaches, viendo como su árbol sagrado estaba en manos extrañas decidieron ajusticiar a Agarfa, secuestrándola del campamento extranjero en donde se encontraba, ahorcándola al alba del día siguiente.
Días más tarde Armiche ( Mencey, Rey de Hero ) rinde homenaje al conquistador Maciot de Bethencourt y al poco tiempo fue cautivo junto a sus más fieles vasallos, marchando con él, la libertad y majestad del último mencey de Hero.
La Maldición de Laurinaga
En el siglo XV, don Pedro Fernández de Saavedra, fue nombrado señor de las islas Afortunadas. En Fuerteventura. Don Pedro, tan conquistador en el amor como en la guerra, cobró fama, nada más llegar a la isla por sus aventuras con las muchachas guanches. Se casó, al poco tiempo de llegar allí, con doña Constanza Sarmiento, hija de García de la Herrera, y tuvo catorce hijos, amén de todos los ilegítimos que sembró por la isla en sus frívolas aventuras. Con el transcurso de los años, uno de los hijos de doña Constanza, don Luis Fernández de Herrera, se convirtió en un apuesto caballero, heredando todos los defectos de su padre, pero ninguna de sus virtudes. Era altanero, petulante y conquistador; pero cobarde para la guerra. Y le resultaba divertido seducir a las muchachas indígenas, que le miraban como a un héroe. En una ocasión, se encaprichó de una bellísima doncella que había sido bautizada como cristiana con el nombre de Fernanda. A la muchacha no le disgustaba la presencia de don Luis; pero no se decidió a poner en juego su reputación accediendo a sus deseos. Pasaron los meses y el galán siguió acosando a Fernanda, que cada día se sentía más dispuesta para aquel juego, hasta el extremo de aceptar una invitación de don Luis para asistir a una cacería organizada por su padre. Llegado el día, don Luis se las arregló para estar solo toda la mañana con la ya enamorada doncella. Comieron plácidamente a la sombra de un chopo y poco después el joven caballero la invitó a dar un paseo. En animada conversación llegaron a una espesa arboleda cuando ya la tarde declinaba. Don Luíi, creyendo que ya había llegado el momento de prescindir de galanteos platónicos, intentó abrazar a Fernanda. Ella trató de defenderse, pero comprendiendo que le sería imposible hacerlo, pidió socorro a grandes voces. Los gritos fueron oídos por los cazadores, y advirtieron la ausencia de la pareja.
Don Pedro montó en su caballo y, en compañía de otros caballeros, picó espuelas para dirigirse hacia allí. Antes de que llegaran, pudo acudir un labrador indígena, que al ver la situación de la doncella trató de defenderla de don Luis. éste, ofendido y molesto, desenvainó un cuchillo, dispuesto a quitar la vida a aquel indígena. Pero no fue posible, porque, tras unos minutos de lucha, el labrador pudo arrebatar el arma a don Luis. Iba a clavársela, como venganza, ciego de ira, cuando don Pedro, que llegaba a todo galope y había visto la escena se precipitó con su caballo sobre el campesino que cayó con violencia al suelo y murió en el acto. Entonces apareció de entre los árboles una anciana indígena, madre del labrador, que lanzando una mirada dolorida sobre aquel cuadro, se dio cuenta enseguida de lo ocurrido. Levantó la cabeza para conocer al causante de aquella muerte, y se encontró con la de don Pedro, el caballero que la había seducido en su juventud y del que había tenido aquel hijo que acababa de morir. La anciana al reconocerle, ciega de indignación, le hizo saber que ella era Laurinaga y que aquel cadáver era el de su propio hijo. Luego, elevando los ojos al cielo, como invocando a los dioses guanches, maldijo con voz temblorosa y acento grave aquella tierra de Fuerteventura, por ser señorío de aquel caballero don Pedro Fernández de Saavedra, causante de todas sus desgracias. Dicen que a partir de aquel momento empezaron a soplar sobre aquellas tierras los vientos ardientes del Sahara, que se empezaron a quemar las flores y toda la isla fue convirtiéndose en un esqueleto agonizante, que según la maldición de Laurinaga, acabará por desaparecer.
La Muerte de Doramas
Desde las alturas de Arucas, Doramas, el Guanarteme de Telde hostigaba sin cesar las tropas de Pedro de Vera. El conquistador español, dispuesto a terminar cuanto antes con esta situación, desplegó a sus hombres en un cerro cercano a donde Doramas tenía sus guerreros. Desde allí ambos ejércitos se contemplaban en espera de la batalla decisiva.Fue entonces cuando se oyó a Doramas lanzar un grito poderoso, desafiando a Pedro de Vera, invitándole a luchar entre ellos de modo que aquel singular combate dirimiera el resultado de la lucha sin derramar la sangre de más isleños o más castellanos. Sin embargo, Pedro de Vera, aconsejado por sus hombres, desestimó el desafío, pero no impidió que uno de sus hombres, el hidalgo Juan de Hozes, abandonara sus filas y se lanzara en caballo en contra de Doramas. No tardó mucho tiempo el caudillo canario en frenar la acometida, pues con una certera lanza lo mató. Ante esto, Pedro de Vera, cegado por el furor, arremetió contra Doramas. Lucharon ambos durante rato sin que la lid pareciese tener un claro vencedor. De repente, en uno de los lances de la batalla, uno de los escuderos del castellano hirió mortalmente a Doramas por la espalda, el cual cayó a tierra sangrando y moribundo. Desde allí increpó con desprecio al conquistador por su traición. Pedro de Vera ordenó entonces que le cortaran la cabeza y la clavaran en un pica. Así la llevaron al Real de las Palmas, exhibiéndola como un macabro trofeo.
El Grito más Fiero
Cuando Jean de Bethencourt llegó a El Hierro, vivía en la isla un bimbache llamado Ferinto, el cual se convirtió en el tormento de los conquistadores. Jamás los dejaba tranquilos y los hostigaba continuamente. Por mucho que los extranjeros perseguían a Ferinto, su agilidad era tal que no lograban atraparle. Un día este herreño fue traicionado por alguno de los suyos y los europeos rodearon su guarida, con la intención de prenderle. sin embargo, Ferinto los oyó llegar y logró huir hasta el borde de un profundo barranco, cercano a Valverde. De poco le sirvió a Ferinto su huída, porque sus enemigos estrecharon aún mas el cerco, hasta que se vio totalmente perdido. Mientras que a sus espaldas estaban los castellanos, bajo su pies se abría un horroroso abismo. Comprendió que una caída podría ocasionarle la muerte. A pesar de todo, reflexionó Ferinto, ¿qué es la vida, cuando se ha perdido la libertad? ¿Para qué sirven el aire que nos rodea, las aguas que los dioses destilan de los árboles sagrados o las montañas con sus misterios si todo eso es ultrajado, despreciado y deshonrado por gentes que vienen a tratarnos como esclavos?, ¿De qué sirve mi vida si mi voluntad se trunca a cada paso ? ¿No es mejor morir despeñado y convertir mi muerte en un acto liberal?. Ferinto cogió aliento. flexionó sus poderosas piernas , salto... Y, superando cualquier expectativa, logró llegar al otro lado del cauce, poner sus pies en el lugar que hoy se conoce como El Salto del Guanche.. Sin embargo, de nada le sirvió. Allí también le esperaban los conquistadores con las armas prestas. La desesperación de ver su libertad perdida impulsó al bimbache a gritar. Lanzó un grito tan fiero, tan grande, tan alto que atravesó la isla, sobre pinares, barrancos y volcanes, hasta llegar a La Dehesa, en el otro extremo de El Hierro, donde su madre, al escuchar su potente voz, dijo con tristeza: ¡Mi hijo ha sido vencido!.
El Drago Milenario
Una tarde en la remota antigüedad, cierto navegante mercader llegaba de las costas mediterráneas en busca de sangre de Drago producto muy en boga y de gran importancia en la elaboración de ciertas preparaciones de la farmacopea, y desembarcó por la playa de San Marcos, de Icod de los Vinos para llevar a efecto su lucrativo propósito. Estando ya en la playa sorprendió allí a unas infantas o damas de esta tierra, que conforme al rito tradicional se bañaban solas en el mar aquella tarde veraniega. El intruso navegante las persiguió, logrando apoderarse de una de ellas. Esta trató astutamente de conquistar el corazón del extraño viajero para lograr huir, y con signos de consideración y amistad le ofreció algunos hermosos frutos de la tierra. Para aquel navegante que venía detrás de la sangre del Drago, y traía metido en la imaginación y en el alma el mito helénico de las Hespérides, los frutos que aquella dama de esta tierra le ofreciera, pudieron muy bien parecerle las manzanas del mítico jardín. Mientras él comía gustosamente desprevenido, la bella aborigen saltó ágil al otro lado del barranco, y velozmente huyó hacia el bosquecillo cercano escondiéndose tras la arboleda. El viajero sorprendido en principio trató de perseguirla de cerca, pero vio con sorpresa que algo se interponía en su camino, que un árbol extraño movía sus hojas como dagas infinitas, y que el tronco parecido al cuerpo de una serpiente se agitaba con el viento marino y entre sus tentáculos se ocultaba la bella doncella guanche. El navegante lanzó un dardo que llevaba en sus manos, contra lo que a él se le figuró un monstruo, con gran miedo y asombro y al quedarse clavado en el tronco, del extremo de la jabalina empezó a gotear sangre líquida del Drago. Confuso y atemorizado el hombre huyó laderas abajo, se metió en su pequeña barca y se alejó de la costa; porque iba pensando en su corazón, que había sorprendido en el jardín a una de las Hésperides a la que salió a defender el mítico Dragón...
El Salto del Enamorado
Hace muchos años vivía en el término de Puntallana, en la isla de La Palma, una joven de familia acomodada que poseía una extraordinaria belleza. De ella estaba locamente enamorado un joven pastor que no perdía ocasión de contemplarla cuando salía de su casa, sabiendo que su condición social no le permitiría jamás acercarse a revelarle su pasión. Un domingo, a la salida de la misa, la muchacha. sabedora de los amores del pastor, se acerco a éste y le dijo que se desposaría con él si era capaz de dar tres saltos en un terrible precipicio que está debajo del lugar denominado La Galga. Aunque la joven pensó que su enamorado no se atrevería hacerlo, al siguiente día éste convoco a los vecinos para que fuesen testigos de su hazaña. Tomó una lanza en sus manos y se dirigió al borde del precipicio y, dando un gran salto, lanzó su cuerpo al vació. - ¡Por los aires de Dios!-, gritó el pastor cuando iba por el aire.
Pero no tuvo suficiente impulso como para sortear el profundo agujero y murió estrellado, sin que jamás se pudiese hallar su cuerpo. Se cuenta que la muchacha enloqueció, a causa de esta tragedia, y nunca mas salió de su casa, excepto cuando pasaba algún entierro. Entonces corría desesperada hacia el féretro, gritando el nombre del pastor, pensando encontrarlo en su interior.
Guayota el Maligno
El aire andaba espeso, turbio y ardiente. Las nubes se arremolinaban tropezando entre ellas y las aguas del mar andaban revueltas. Los animales estaban inquietos, hasta la coruja que sólo merodea en lo oscuro, voló bajo la luz. Aquellos signos presagiaban que Guayota estaba próximo. Apareció Guayota y se apoderó de Magec, el sol, dejando el cielo a oscuras. Todo fue una noche cuando aún era el día. Rogaron entonces a Achamán los guanches, para que tuviera misericordia, que devolviese al día sus luces, que su poder librase de todo daño. Achamán atendió las súplicas y acudió dispuesto a defenderlos. Guayota, con Magec prisionero, se había ocultado en los adentros de Echeyde (Teide).
Allí fue a buscarle Achamán. Cuando lo halló, el suelo se abrió en truenos, estampidos y temblores que aturdían a las islas más lejanas. fue el comienzo del combate. Por el cráter de Echeyde, Guayota arrojaba humos, peñascos encendidos, lenguas de lava, azufres y escorias con los que intentaba doblar a Achamán. Aire y cielo se convirtieron en un lamedal hirviente tan encendido en brasas que causaba espanto. Y prosiguió Guayota vomitando fuegos hasta que Achamán, al fin, logró vencerle. Como castigo a su maldad lo encerró para siempre dentro de Echeyde. Después devolvió a Magec al cielo para que siguiera iluminando la tierra, y enseguida el día volvió a ser día y se aquietaron las aguas y las nubes. Guayota, cautivo desde entonces, aún respira en lo más alto de Echeyde.
La Leyenda de Amarca
En viejos romances canarios corría de boca en boca la triste historia de Amarca, la celebrada doncella indígena. Tan gallarda era su figura, tan peregrina su belleza que llegó a ser envidiada de todas las doncellas. Tenía su morada en las bellas alturas de Icod. Su rústico albergue parecía como un nidal colgado en las crestas de la montaña, para sustraerse a las miradas y a las ambiciones, esas aves rapaces, embaucadoras, que se llevan a las muchachas guapas. Hasta el rústico hogar de la doncella llegó un día Belicar, el último Mencey , Rey y señor de los dominios de Icod y se quedó atónito y deslumbrado ante la extraordinaria belleza de la joven. Desde aquel día memorable se acrecentó su fama y corrió como fausta noticia por todo el Menceyato. Una condición tenía la moza que contrastaba con lo humilde de su linaje: su natural altivo y desdeñoso. Amarca se veía continuamente asediada de amores por muchísimos hombres y otras tantas veces sembró el dolor y la decepción en sus amantes. ¿ A quién amará Amarca?, preguntábanse intrigada los zagales. ¿Para quién será el corazón de aquella belleza hija del Teide?. Guarecida a las faldas del coloso siempre entre las nieves. Uno de los más aguerridos vasallos del Reino, Garigaiga, el pastor, había enloquecido por Amarca. Ella esquivaba su cariño; repudiaba su pasión local, desenfrenada. Repelía al hijo del Volcán, el de la tez y morena y los brazos recios como robles.
Enloquecido por el dolor de verse desdeñado, una tarde mientras los horizontes se teñían de sangre y el sol moribundo plateaba las aguas del Océano como un riera de luna en una noche de misterio, vió que Garigaiga, en el borde de un alto precipicio, agitaba sus brazos como banderas en la premura. Vió arquear el cuerpo hacia delante, hundir la cabeza sobre el pecho y partir veloz hacia el abismo. La noticia del trágico suceso no tardó en extenderse por todas partes. Las mujeres, culpaban su egoísmo, y a sus desdenes atribuían la muerte del pastor. De pronto Amarca desapareció, nadie sabía cual había sido el destino de la doncella. Sólo un anciano que una mañana la había visto descender de las cumbres y caminar como una sonámbula hasta las orillas del mar, se hallaba en posesión del secreto. Que no la buscasen más, parecían decir sus labios fríos y trémulos plegados para siempre, y el anciano aquél lo contó todo. Una semana al brillar los primeros destellos del sol, vió que Amarca se arrojaba al abismo, y después de luchar con el bravo oleaje, se la llevaba mar adentro una ola alegre y corretona como un niño.
Era la época del "Beñesmén", de la sazón y de la riqueza de las mieses, eran los días de placidez y de luz, y todo se sumió en sombras y lágrimas... Amarca había aparecido muerta sobre las arenas de la playa, la habían matado un remordimiento muy hondo. El Mencey Belicar mandó que se cantasen tristes endechas; que se encendiesen luminarias en los cerros, y que los más fornidos mozos, como real costumbre en los días aciagos, azotasen con sus varas las aguas del mar. Mandó también que se ungiese su cuerpo con los más olorosos perfumes, que no en vano era la flor más preciada de la comarca. Al cabo de los años cuando algún nocturno caminante cruzaba las cumbres del Teide, un lamento extraño escalofriante, le detenía acongojado. Era una voz débil, apagada, dolorida, que parecía surgir del fondo del barranco. Era aquel mismo clamor de súplica, de pena, de trágica agonía que tantas veces balbucearan los labios febriles de Garigaiga, el loco: "Amarca......hermana Amarca".
La Llegada de la Virgen de los Reyes
Transcurría el invierno de 1545 cuando unos cabreros apacentaban su ganado en La Dehesa, en El Hierro, como ha sido costumbre de los pastores de aquella isla desde tiempos inmemoriales. La proximidad de un barco que navegaba hacia el Oeste llamó su atención y buscaron un lugar donde contemplarlo a placer. El velero traspuso la punta de Orchilla. Sin embargo, no transcurrió mucho tiempo antes de que girase y volviera sobre su propia estela a penetrar nuevamente en el Mar de las Calmas. Se detuvo en la rada. Los pastores se acercaron más para ver mejor que sucedía. Observaron cómo los tripulantes maniobraban con el velamen hasta que lograron enfilar nuevamente la proa rumbo a occidente y rebasaron otra vez la punta de Orchilla. Al poco tiempo de haberlo hecho, se torció la ruta de la nave y regresó a la bahía por segunda vez. Este extraño comportamiento continuó repitiéndose una y otra vez, hasta que los herreños decidieron poner sobre aviso al alcalde Bartolomé Morales, el cual decidió bajar al día siguiente con un grupo de hombres armados para ver que sucedía. Mientras, la nave continuaba intentando abandonar el Mar de las Calmas sin conseguirlo, porque cada vez que lo intentaba el viento cambiaba de dirección y lo devolvía a pocos metros de tierra firme. Los marinos estaban tan confusos como los pastores. Así, cuando vieron que un grupo de isleños se acercaba a la orilla, echaron una barca y fueron a su encuentro para informarles de lo que sucedía. Tras un rato de charla, volvió cada uno a su tarea: los pastores a sus cabras, los marinos a luchar contra aquel viento extraño y circular.
Pasaron horas, días, semanas ..... y la nao continuaba su extraordinaria navegación redonda. Sucedió que el agua y los alimentos de a bordo tocaron a su fin y se avisó a Bartolomé Morales para que les vendiese comida. El capitán le comento que no tenia dinero. pero que podría darle a cambio una imagen de la virgen Maria que tenia en el barco. Se pusieron rápidamente de acuerdo y el trato se llevo a efecto el día 6 de Enero del nuevo año de 1546. Entonces comenzó a soplar una brisa que impulso la nave hacia el Oeste, al tiempo que los herreños depositaban la imagen en una de las cuevas de Caracol. Los vientos no cambiaron esta vez y el barco fue empequeñeciéndose en el horizonte. Por ser el día de los Reyes Magos decidieron llamar así a la imagen recién adquirida: Virgen de los Reyes, como aún se le conoce. El 25 de abril de 1577 se terminó de construir la actual ermita, cerca de la primitiva cueva.